TREMENDA LA TAREA QUE TENEMOS POR DELANTE Me acuerdo cuando ganó Macri. El televisor mostró un porcentaje y me llegó un rayo de poder que me atravesó el corazón. Un rayo que venía directamente del televisor y me invitaba a entristecerme, a descreer de mis ideales, sentirlos fracasados, a resignarme... A reaccionar a contra eso, a melancolizarme. A decir: "ya nada vale". A decir: "perdí". Y hasta te diría un inconfesable impulso de ser macrista para sobrevivir. Y también me acuerdo que pensé: no todos van a poder resistir esto. Algunos se van a rendir, la resignación cocinará nuevos odios. Y me acuerdo de pensar: "yo puedo ser alguien que se acuerde: acá no terminó nada". En la Argentina hubo una dictadura de 7 años y un genocidio, pero también una historia de luchas secretas, de resistencia, de insurgencias afectivas, estéticas, éticas, micropolíticas, que fue necesaria para que se hagan cosas buenas que un día vencieron. Entonces, entristecerse puede ser.
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TIERRA, TECHO Y TRABAJO Elegí unos enemigos y ya es bastante para una guerra: los chetos institucionalizados del arte y la cultura. Desde el pobre imbécil que se deja filmar en su institución predilecta para publicarlo en instagram con lamentable orgullo hasta los encumbrados curadores de festivales e institutos de patrocinio: esos sí que CASTA. Miento: ellos me eligieron a mí, aunque apenas me conocen, me embanderan como su enemiga predilecta, la que está en un rincón silencioso de una fiesta, la que mira con ojos incrédulos su inmensa pelotudez, la que no se deja seducir por sus aires de Jockey Club accesorizados con un poco de pobreza chic -un collarcito inmundo que les hizo una amiga en un retiro al Delta Monsanto-. Y yo, que amo odiar, me entrego a ese odio correspondido que me embriaga y me pongo de pie para dispensarles un aplauso que me hace doler las manos. Dirán que es un delirio paranoico, que nadie me conoce y por eso nadie me odia. Creen que así me lastiman pero nombran
piola
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